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EL CLUB DE LOS 50

 Ahora que uno llega hasta aquí ...Del libro El Club de los 50 de Marius Carol.


El club de los 50

Marius Carol

*   

La vida no empieza a los cincuenta ni termina a los cuarenta
(a modo de prólogo)
Se diría que el despertador vital suena a los cincuenta. ¿Para avisarnos de qué? Seguramente para advertirnos de que todavía nos quedan un montón de años por vivir y de que estamos a tiempo de alcanzar un sinfín de objetivos personales. La expectativa de vida de los españoles al cumplir medio siglo es larga, nos quedan treinta años, o más, por delante, así que podemos seguir haciendo planes.

*       

*      No es verdad que éste sea el momento en que empieza la invisibilidad o en que se entra en la «edad del pánico». Como tampoco es cierto lo que quieren hacernos creer con afán: que lo mejor empieza a los cincuenta y que con unas cuantas cremas, un montón de vitaminas y unos retoques del cirujano plástico conseguiremos retroceder en el tiempo como si nos hubiéramos introducido en la máquina que imaginó H. G. Wells, quien, por cierto, también es el autor de El hombre invisible.

*                 Los cincuenta no son la edad de los milagros, sino más bien tiempo de realismo. La madurez nos permite ganar en serenidad y en sabiduría. ¿Perder? En realidad no hemos perdido nada. A lo sumo, algo de pelo los hombres y un poco de tersura las mujeres, pero el cuerpo humano es una máquina perfectamente organizada para los cambios, siempre y cuando sepamos mantenerla bien engrasada. Sin embargo, alguien un día lee a Michel Houellebecq, uno de los clásicos contemporáneos cuyas obras se convierten en películas de éxito, y se le cae el capuchino sobre la corbata. En La posibilidad de una isla desierta, el autor termina uno de sus capítulos con esta escalofriante frase: «La vida empieza a los cincuenta años, es cierto; con la salvedad de que termina a los cuarenta».  

*                   En el oficio decimos que el papel lo aguanta todo, así que uno puede escribir esto o todo lo contrario si alguien después está dispuesto a comprarnos la boutade. La vida empieza cuando la enfermera nos da un cachete en las nalgas y rompemos a llorar, porque es cuando el mundo real nos da la bienvenida. Cuando el médico secciona el cordón umbilical pasamos a ser seres con voluntad de autonomía personal a la búsqueda de nuestro propio destino. Es una memez pensar que la vida empieza a los cincuenta, a los cuarenta o a los treinta. La vida empieza cada día. Como también resulta una bobada pensar que a los cuarenta asistimos a nuestro entierro como individuos. Puestos a buscar el auxilio de un autor francés, en este punto me quedo con François Giroud cuando dice que hay juventud mientras existe el deseo. Entendido ello no sólo como la capacidad de suscitarlo, sino de sentirlo uno mismo.
          Seguramente no tienen el mismo efecto los cincuenta en un hombre que en una mujer. La madurez en el hombre parece virtud y en la mujer resulta una lacra. A un varón las canas lo convierten en interesante y a las damas les confiere condición de abuelas. El hombre disimula su michelín con un terno cruzado, mientras que la mujer con algo de sobrepeso es rechazada por las marcas de moda. En el trabajo, una discusión del varón se percibe como un acto de seguridad en sí mismo y en la dama se contempla como la irritabilidad propia de la menopausia. Afortunadamente estos tópicos empiezan a cambiar, aunque todavía no nos hemos liberado de algunas expresiones y comportamientos machistas pero, sobre todo, injustos.

         La presión sobre el aspecto físico de las mujeres es superior a la que tienen que soportar los hombres, aunque, de un tiempo a esta parte, algunas marcas se niegan a confeccionar trajes masculinos de la talla 56, o incluso 54, que acostumbran a ser las tallas de un ciudadano de mediana edad con buen aspecto. No busque en las tiendas de Paul Smith o Dolce&Gabbana estos tallajes porque consideran que sus clientes tienen que parecerse a sus modelos «jasp» (jóvenes asexuados suficientemente petulantes).

*               Algo parecido ocurre con las mujeres, a las que la mayoría de ilustres diseñadores quiere someter a la talla 40 o 42 si desean adentrarse en el mundo de Gucci y compañía. De este modo acaban por sentirse extrañas en estas tiendas, cuando no acomplejadas, hasta el punto de iniciar una nueva dieta o caer en otra depresión. Una cosa es que fray Luis de León escribiera que las mujeres andan negociando siempre con el espejo, y otra que sean los modistos quienes las obliguen a pelearse consigo mismas.
          «La menopausia no es el nombre de ningún hada de cuento», escribió en una ocasión una colega. Los cambios hormonales de las mujeres ofrecen síntomas confusos, a menudo contradictorios, y provocan actitudes desdeñosas de la sociedad. Estas cuestiones son poco glamorosas como para que las aborden a menudo las llamadas revistas femeninas, en cuyas páginas la publicidad prefiere anunciar cremas antiedad con muchachas que no tienen edad y vaqueros de Roberto Cavalli de mil euros con modelos adolescentes que nunca podrán comprarse unos.

            Sin embargo, algo empieza a moverse en los últimos tiempos y Jane Fonda es recuperada por una marca de belleza e incluso Lauren Hutton es rescatada para reportajes de moda, a pesar de que ambas han pasado la frontera de los sesenta. Y de eso hace unos años. Los hombres también experimentan transformaciones, pero menos evidentes y, sobre todo, más disimulables. Henry James dedicó uno de sus relatos más brillantes al hombre de cincuenta años, y lo enfocó más como un homenaje que como un apocalipsis. Por todo ello, el mito de galán maduro permanece, y Harrison Ford o Richard Gere siguen haciendo papeles de protagonistas al lado de jóvenes despampanantes como compañeras de reparto. Por cierto que en sus vidas privadas también les acompañan mujeres a las que superan ampliamente en años y achaques. Sin embargo, no sucede lo mismo con las actrices maduras: Kathleen Turner o Kim Basinger han ido algunas de las que han denunciado su marginación en Hollywood por razones de edad.

        En honor a la verdad hay que reconocer que algunas, en su vida privada, también han conseguido cambiar a su pareja por otra con quince años menos. No obstante, la percepción de la sociedad respecto a la madurez está cambiando. Cada vez con más frecuencia aparecen en la prensa estudios que revelan que las mujeres de cincuenta años son percibidas como las mejores directivas en compañías como British Telecom. Igualmente, las personas con cincuenta años manifiestan una vida sexual más satisfactoria que las de treinta, de acuerdo con el estudio publicado por la Asociación Británica de Cirujanos Urólogos. En las encuestas de las revistas estadounidenses sobre los personajes considerados más sexy aparecen actores y actrices que rondan los cincuenta, como es el caso de Sharon Stone y George Clooney. Así pues, por si alguien tenía alguna duda, los cincuenta no pertenecen al mundo invisible.

           La cifra, en cualquier caso, provoca respeto, como si, al apagar las velas del pastel de cincuenta aniversario, entráramos en el lado oscuro de nuestra edad, en la etapa considerada «de las personas mayores». En la película Lost in translation, Bob Harris (Bill Murray) debe escuchar de Charlotte (Scarlett Johansson) una frase claramente intimidatoria: «A ti lo que te ocurre es que tienes la crisis de los cincuenta». Eso es juego sucio y la prueba es que Bob encaja mal esta sentencia, sin saberle dar una respuesta adecuada. En su guión, Sofia Coppola utiliza una frase que en el mundo occidental tiene un sentido despectivo, como si la cincuentena fuera un tiempo de borrascas personales. En realidad, lo único que ocurre es que, a partir del día en que soplamos la vela posterior a la cuarenta y nueve en el pastel de aniversario empezamos a formar parte del Club de los 50, donde los socios sólo tienen un carnet que no es otro que el de identidad, que nos hace ser conscientes de la edad. Pero esto no quiere decir que en esta etapa no podamos afrontar los desafíos con la misma ilusión o intensidad que con diez o veinte años menos. Al contrario, la gente, por lo general, llega a esta etapa de la vida con más serenidad, sabiduría y experiencia. Con los hijos mayores, con las hipotecas pagadas, con las amistades consolidadas y, a menudo, con más de un matrimonio en su currículo o con una cómoda consideración de single. Lo importante, más allá de cualquier reajuste emocional, es mantener un buen nivel de integración en la sociedad. Un trabajo satisfactorio resulta un buen estimulante en estos años. Un entorno confortable es, sin duda, un excelente aliado.

            Este libro no pretende ser un manual, sino una mirada a una de las edades del ser humano, la cincuentena, que en las puertas del siglo xxi agrupa a un gran colectivo con ganas de vivir intensamente lo que queda por delante. El mundo está lleno de jóvenes que sin saberlo son ancianos y de ancianos con más vitalidad que muchos jóvenes. Los cincuentones estamos en un terreno de nadie, así que nuestra actitud determinará si nos perciben mayores o menores de lo que somos. Será por eso que Wilde calificó esta etapa como «la juventud de la edad madura». Hombres y mujeres viven su plenitud intelectual en la cincuentena, y la nutrición, el ejercicio y la ciencia están consiguiendo que sigan siendo personas atractivas. Las mujeres españolas que ahora tienen cincuenta años son la primera generación que ha disfrutado de un cierto respeto y consideración de igualdad, pero también es cierto que los hombres españoles que han alcanzado el medio siglo pertenecen a una generación que ha sabido ver en la mujer a una compañera, renunciando a determinados privilegios enraizados en la tradición de usos y costumbres.

         Si busca en Google «la crisis de los cincuenta» encontrará una larga lista de entradas. Pero los cincuenta no son un accidente, ni siquiera un atropello. Los cincuenta son un momento que nos permite decir, como Pablo Neruda, «Confieso que he vivido», pero también afirmar el futuro, lo que igualmente supo versificar el poeta chileno.



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