Las calabazas, los murciélagos y los zombis lo inundan todo estos días, en el trabajo, en un bar, en un colegio, o un centro comercial. Escenas que conviven con las instalaciones de los árboles de navidad que cada año se adelantan más, y no por el cambio climático, con los primeros roscones de reyes y mantecados que se empiezan a ver en las estanterías.
Hallowen siempre me ha parecido una fiesta lejana, incomprensible. Mi desinterés se convierte en desidia y hasta reconozco que me provoca cierta molestia. Uno con la edad va comprendiendo que le debe importar cada vez menos lo que la gente opine de lo que uno, este sujeto, piense de los demás. Se llama convivencia. Y en la convivencia no hay que fingir levarse bien o estar de acuerdo con todos.
Ya no es la llegada de un elemento cultural exportado por los medios de propaganda o de difusión de Norteamerica ( que sí, que lo de las calabazas viene del norte de Europa y no de USA) pero aquí se ha metido Hallowen en las casas a través de las películas de Hollywood, niños jugando al truco-trato incluidos. Algunas veces he mantenido la premisa de que detrás de este seguidismo existe un complejo cultural, infantilizado hacia nuestro hermano mayor. Hallowen cada vez se parece más a una romería pagana que lo invade todo y está en todas partes. Es el máximo exponente de la mercantilización y la banalización de la muerte en este sistema tan mercantil y líquido. Lo próximo será celebrar el día de acción de gracias, al tiempo .
Yo estas fechas me quedo con mis muertos, no quiero calabazas ni disfraces se mezclen con ellos. Estos días donde especialmente se nota más la debilidad de la luz, la llegada del frío y el alargamiento de las noches invitan a ser algo más retrospectivo, pensar en que uno es lo que es porque llevamos un poquito de nuestros seres queridos dentro. Estos seres se merecen días de recuerdo, sentir que de alguna forma deben seguir con nosotros, reafirmar ese juramento que nos propusimos el día que se fueron .
Las grandes civilizaciones siempre han establecido ritos para honrar a sus antepasados. Vivimos en una sociedad que esconde la muerte cuando es parte de la vida. Es el fín cuando nos toca, pero también nos acompaña día a día cuando algunos de lo nuestros se va.
A nuestros difuntos los metemos en grandes recintos a las afueras de nuestros ciudades entre muros cerrados. Los menos preferimos tenerlos con nosotros en urnas,y están ahí, en los mismos espacios con los que convivimos y les quisimos para que sigan en la celebración de un cumpleaños, en una noche vieja, o en una discusión familiar. Y les miramos de reojo en todos esos momentos, de alguna forma se sientan con nosotros en la mesa, o están cuando repartimos regalos de reyes, les decimos algo, nos acompañan y nos resistimos a que ya no formen parte de nuestra vida cotidiana.
Acabo de leer un artículo de Maxim Huerta que habla de ello, y reconforta saber que hay más gente de lo que creemos que aún se abraza a estas tradiciones.
Golpes Bajos: A Santa Compaña

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